jueves, 5 de julio de 2018

La China Imaginaria


Hay una China imaginaria que tiene un campeonato de fútbol donde brillan las estrellas del pasado. Esta Liga de la China imaginaria se compone de los mejores jugadores de todos los tiempos. Los espectadores de esta Liga de la China imaginaria exigen que en cada partido jueguen los mitos que causaron furor en Occidente y cuyos nombres llegaban rodeados de un aura épica a través de los periódicos y las televisiones. Así, en un equipo cualquiera de la China imaginaria, pueden estar jugando Romario, Éric Cantona, Cruyff o Totti. A los chinos de la China imaginaria no les importa que los jugadores tengan cuarenta, cincuenta o sesenta años. La Liga de la China imaginaria se juega en una realidad paralela que absorbe fulguraciones anacrónicas. Según la lógica de esa realidad paralela, Gabriel Batistuta, por ejemplo, ni siquiera tiene que ser Gabriel Batistuta. De hecho, en realidad es Juan Randazzo, que tiene la misma edad que Batistuta pero que jugó en un equipo de Tercera Regional en El Chaco y que se parece bastante a él. La cuestión es que esto no solamente no se hace a espaldas de Gabriel Batistuta, sino que Gabriel Batistuta cobra todos los años un canon por tener un avatar con su nombre jugando en la Liga de la China imaginaria. Lo más complicado de la Liga de la China imaginaria no es esto, sin embargo, sino la locución radiofónica de los partidos.

sábado, 11 de marzo de 2017

Inmigración y Lectura

Finalmente, esto es más o menos lo que leí en Tánger:

INMIGRACIÓN Y LECTURA

            Bajo el mismo mar es un libro de ficción. Una alegoría o una metáfora, si quieren, pero una historia de ficción al fin y al cabo. Es una crónica que utiliza los mecanismos en negativo de la crónica: en vez de construirse para esclarecer un asunto, opera en sentido inverso, su función es la de ocultar. Aquello que se cuenta en BMM es lo que permanece escondido debajo de la narración. Es lo sugerido, lo subterráneo, lo sumergido.
        En este sentido, poco más podría o debería añadir sobre el texto, ya que para que funcione como artefacto literario necesita de la interpretación o activación por parte del lector. Los protagonistas de esta historia, en definitiva, nunca aparecen en primer plano, nunca se muestran abiertamente. Es como en la vida misma, están silenciados, apartados, son invisibles.
        Pero estamos aquí para hablar sobre la inmigración y el libro en sí mismo es una excusa, así que voy a desarrollar una idea que presenta uno de los personajes de la historia y voy a transparentar un ejercicio de lectura. En definitiva, la mirada que tenemos sobre el mundo, la forma de proyectar un sentido ético sobre los acontecimientos, tiene que ver con la manera en que leemos el mundo, en que interpretamos los acontecimientos. El sistema de lectura de cada uno de nosotros acabará por definir nuestra posición frente a esos acontecimientos, nuestras opiniones, nuestras “valoraciones”. Leer es poner en relación, interpretar, dar sentido y valor a las acciones, los hechos, los gestos, los fenómenos que conforman la “realidad” dentro y fuera del texto. No hay una realidad fuera de la percepción de la realidad -esta es una máxima epistemológica- , y esta percepción es en sí misma un acto de lectura, ya sea individual o colectiva.
        La lectura es un encuentro con la experiencia del otro, con la elaboración de la experiencia del otro, y a través del mecanismo de lectura la hacemos nuestra, unas veces por el camino de la identificación o la empatía, siempre por la vía de la interpretación. La lectura, por definición, es un lugar de encuentro, es el territorio en el que se traspasan las fronteras entre uno (el lector) y otro (la voz del texto).
        La lectura es siempre un “encuentro”.
        El pasaje al que me refería es un diálogo donde se menciona la destrucción de Sodoma en el Libro del Génesis. Allí se cuenta la historia de Lot (y su mujer, Edith, y sus hijas) y los ángeles que visitaron Sodoma antes de su destrucción para salvarlo por ser considerado un hombre justo.
        La lectura canónica de este episodio bíblico, impuesta desde el siglo XII, es la del castigo por la homosexualidad de sus habitantes, los sodomitas, por sus relaciones homogenitales. Pero esta interpretación pasa por alto el significado de esta práctica, que más que sexual es de sometimiento: se hacía con los enemigos apresados o vencidos, como forma de humillación al ser “tratados como mujeres” (en una cultura en la que “mujer” tenía unas connotaciones digamos marcadamente peyorativas). La obsesión con lo genital que ha marcado muchas lecturas canónicas ha llevado a esta confusión. Bien mirado, el componente sexual ocupa un carácter puramente anecdótico en la historia. En esta y en muchas otras historias bíblicas. Todo ello está expuesto con claridad y elocuencia en un libro muy recomendable del sacerdote y teólogo estadounidense Daniel Helminiak titulado Lo que realmente dice la Biblia sobre la homosexualidad (Alamo Square Press, 2000).
        En la propia Biblia se explicita el motivo de la destrucción de Sodoma. Está en Ezequiel (16:49-50): «He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no tendió la mano al afligido y al mendigo. Y se llenaron de soberbia y abominaron de mi Ley.»
        Lot era extranjero en Sodoma, al igual que los ángeles disfrazados que llegaron a la ciudad para rescatarlo. Lot arriesga todo lo que tiene (sus propiedades, su integración en la comunidad, su familia) para proteger a estos dos forasteros frente a la turba de Sodoma que quiere someterlos, sin sospechar siquiera la naturaleza “divina” de los viajeros.
        Aquello que se decidió a evitar Lot fue el atentado contra la Ley de la hospitalidad, una imposición que en aquella época tenía un valor de supervivencia esencial y que era una regla compartida por las culturas semíticas y arábicas, y que en un sentido amplio sigue vigente hoy en día, aunque se hayan buscado los mecanismos retóricos para interpretar esta exigencia desde un punto de vista flexible, cuando no programático. Se nos dice que Lot era un hombre justo, y en su forma de ser justo no estaba matizar o hacer excepciones en el cumplimiento de este “mandato”. La historia del Levita encarna el mismo tema.
        Es muy significativo el pasaje titulado «Egipto, más culpable que Sodoma», del Libro de la Sabiduría (19), donde leemos: “Mas sobre los pecadores cayeron los castigos, precedidos, como aviso, de la violencia de los rayos. Con toda justicia sufrían por sus propias maldades, por haber extremado su odio contra el extranjero… Otros no recibieron a unos desconocidos a su llegada… otros redujeron a esclavitud a huéspedes bienhechores… Además habrá una visita para ellos porque recibieron hostilmente a los extranjeros... otros, después de acoger con fiestas a los que ya participaban en los mismos derechos que ellos, los aplastaron con terribles trabajos… Por eso, también fueron éstos heridos de ceguera, como aquéllos a las puertas del justo, cuando, envueltos en inmensas tinieblas, buscaba cada uno el acceso a su puerta”.

        Permítanme hacer una digresión léxica en este punto, señalar un aspecto etimológico con respecto al término “hospitalidad”. Originalmente, la voz latina hostis se refería al extranjero, luego por extensión se utilizó como sinónimo de enemigo. De aquella raíz derivan términos como hospitalidad (la actitud de acogida debida al extranjero), hospital, hostal, hostería, etc. y su reverso negativo, hostilidad, hostil. El filósofo y poeta franco-argelino Jacques Derrida ha reflexionado de forma muy lúcida sobre esta tensión dialéctica, y señaló la naturaleza psicopolítica de esta tensión. El extranjero (el huésped) introduce un elemento inquietante en quien acoge (el anfitrión) porque su mirada extraña (de extrañeza, de cuestionamiento) a lo que es “propio” inocula una cierta cantidad de inseguridad (en el sentido de “poner en duda” la propia identidad).
        Como fuere, no voy a extenderme en ello, esta voz ha impregnado las lenguas romances pero también las lenguas sajonas. Valga como ejemplo el verso que corona la arcada principal de la librería Shakespeare & Company, en París -un icono de la cultura cosmopolita, internacional y de diálogo entre culturas-, escrito en grandes letras de molde, a modo de máxima, un verso del poeta irlandés William Butler Yeats que dice: «Be not inhospitable to strangers, lest they be angels in disguise» (“No seáis inhospitalarios con los extranjeros, podría tratarse de ángeles disfrazados”). La referencia al Libro del Génesis y la historia de Lot es evidente.

        Interpreto la destrucción de Sodoma como el resultado de un proceso sostenido de degradación de los componentes “humanos” de la comunidad. Se puede interpretar como una alegoría donde la devastación del fuego es en realidad la fuerza destructiva de los acontecimientos mismos. No una descarga celestial sino la precipitación de los hechos en la evolución de la Historia. En este sentido, sería como la decadencia y hundimiento del Imperio Romano. La “perversión” de las costumbres (que poco tiene que ver con lo sexual) que denunciaba Tácito, como quien no quiere la cosa, en su Germania. El detonante es el tratamiento hostil que los habitantes de Sodoma imponen a los visitantes. Es en esta línea que me parece productivo tomar la peripecia del pasaje bíblico como advertencia, como un conocimiento legado por las gentes de la antigüedad. Es “palabra sagrada” porque es fruto de la experiencia y el saber acumulado en el proceso de construcción de lo humano. Lo descendido en realidad es “arrastrado”.
        En otras palabras, ese saber transmitido en el libro nos dice que Occidente sufrirá un deterioro si no es capaz de revertir su actitud frente a las corrientes migratorias y frente al fenómeno de los refugiados. Porque la humanidad se juega en la capacidad de identificar al otro como un par complementario sin el cual no podría definirse la identidad (no habría “yo” sin el “otro”), de ver al otro (el de otro país, otra confesión religiosa, otra lengua, etc.) como parte de una misma comunidad, la común unidad de lo humano. Y el efecto que puede tener el no reconocer al otro como una parte esencial del yo es la desintegración de un aspecto fundamental de lo humano cuyas consecuencias no podemos prever. Ya ha pasado muchas veces, demasiadas veces, y el resultado es la destrucción, el sufrimiento y el dolor.
        Al no tender la mano al necesitado, al mirar al extranjero con hostilidad, la humanidad se daña a sí misma, lastima aquello que la define. La “humanidad”, planteada en estos términos, es una construcción cultural. Es el largo y arduo proceso de domesticación de lo salvaje por medio de la cultura (entendida en un sentido amplio). Así hago yo esta lectura del pasaje bíblico, como una alegoría que requiere interpretación y cuyo mensaje, por haber accedido a él desde un sentido crítico, se me presenta como un descubrimiento y no como una imposición. Así funcionan todos estos relatos antiquísimos, porque la historia de Lot está en el Corán, en las tradiciones orales de Mesopotamia y un equivalente, con toda seguridad, en la literatura oriental. Dicho de otra forma, no se me presenta como una cuestión moral (“está mal” tratar de forma hostil al extranjero), sino como una pieza de sabiduría que tiene mucho de racional. Llego a esa conclusión por una vía distinta a la del dogma. Eso me permite el ejercicio de la LECTURA como un proceso activo (y creativo).
        Esta  construcción de lo humano como un valor digamos supra-zoológico no es indestructible. De hecho, es más bien endeble o frágil, y requiere atención y cuidado para ser conservada y ampliada. No se conserva por su cuenta el repertorio de actitudes que definen al hombre como humano, no basta con la pasividad y la sujeción a un sistema legal-cultural. Hace falta la participación del individuo criterioso. Debe ser activo en su mantenimiento. De alguna manera, yo plantearía el asunto desde una perspectiva egoísta. No es “caridad” lo que tenemos que hacer con el necesitado o el forastero o el extranjero. Es sostener aquello que nos hace humanos, que nos hace humanos realmente. Ayudo al necesitado y soy hospitalario con el foráneo porque si no lo hago me estoy haciendo daño a mí mismo, estoy degradando aquello que condiciona mi humanidad, sin la cual no puedo acceder al reino de lo humano, de su sensibilidad, de su grandeza dentro del universo de lo vivo. Así leo ese pasaje bíblico.
        Y así leo también ese famoso verso de Rimbaud, “Yo es otro” (“Je est un autre”). Elijo leer ese verso según estas claves que hemos comentado, voy al encuentro de este verso, ahora, desde este ángulo. Es bueno recordar, en este sentido, que Persona viene de la “máscara” que se ponían los actores para hablar (per sonare), que “persona” es algo superpuesto al hombre. En otras palabras, la clasificación zoológica del hombre no es suficiente para convertirnos en personas. Ser personas requiere de una actitud. El riesgo de la insolidaridad es el riesgo de dejar de ser personas. Sin esa máscara, sin ese otro integrado, la humanidad no puede existir.

jueves, 2 de marzo de 2017

INMIGRACIÓN Y LECTURA

Mañana viajo a Tánger con Baptiste Laurent a presentar «Bajo el mismo mar» y tengo que hablar sobre inmigración. Este es el texto, más o menos, que tengo pensado leer allí:

 

Bajo el mismo mar es un libro de ficción. Una alegoría o una metáfora, si quieren, pero una historia de ficción al fin y al cabo. Es una crónica que utiliza los mecanismos en negativo de la crónica: en vez de construirse para esclarecer un asunto, opera en sentido inverso, su función es la de ocultar. Aquello que se cuenta en BMM es lo que permanece escondido debajo de la narración. Es lo sugerido, lo subterráneo, lo sumergido.
                        En este sentido, poco más podría o debería añadir sobre el texto, ya que para que funcione como artefacto literario necesita de la interpretación o activación por parte del lector. Los protagonistas de esta historia, en definitiva, nunca aparecen en primer plano, nunca se muestran abiertamente. Es como en la vida misma, están silenciados, apartados, son invisibles.
                        Pero estamos aquí para hablar sobre la inmigración y el libro en sí mismo es una excusa, así que voy a desarrollar una idea que presenta uno de los personajes de la historia y voy a transparentar un ejercicio de lectura. En definitiva, la mirada que tenemos sobre el mundo, la forma de proyectar un sentido ético sobre los acontecimientos, tiene que ver con la manera en que leemos el mundo, en que interpretamos los acontecimientos. El sistema de lectura de cada uno de nosotros acabará por definir nuestra posición frente a esos acontecimientos, nuestras opiniones, nuestras “valoraciones”. Leer es poner en relación, interpretar, dar sentido y valor a las acciones, los hechos, los gestos, los fenómenos que conforman la “realidad” dentro y fuera del texto. No hay una realidad fuera de la percepción de la realidad -esta es una máxima filosófica- , y esta percepción es en sí misma un acto de lectura, ya sea individual o colectiva.
                        El pasaje al que me refería es un diálogo donde se menciona la destrucción de Sodoma en el Libro del Génesis.           Allí se cuenta la historia de Lot (y su mujer, Edith, y sus hijas) y los ángeles que visitaron Sodoma antes de su destrucción para salvarlo por ser considerado un hombre justo.
                        La lectura canónica de este episodio bíblico, impuesta desde el siglo XII, es la del castigo por la homosexualidad de sus habitantes, los sodomitas, por sus relaciones homogenitales. Pero esta interpretación pasa por alto el significado de esta práctica, que más que sexual es de sometimiento: se hacía con los enemigos apresados o vencidos, como forma de humillación al ser “tratados como mujeres”. La obsesión con lo genital que ha marcado muchas lecturas canónicas ha llevado a esta confusión. Bien mirado, el componente sexual ocupa un carácter puramente anecdótico en la historia.
                        En la propia Biblia se explicita el motivo de la destrucción de Sodoma. Está en Ezequiel (16:49-50): «He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no tendió la mano al afligido y al mendigo. Y se llenaron de soberbia y abominaron de mi Ley.»
                        Lot era extranjero en Sodoma, al igual que los ángeles disfrazados que llegaron a la ciudad. Lot arriesga todo lo que tiene (sus propiedades, su integración en la comunidad, su familia) para proteger a estos dos forasteros frente a la turba de Sodoma que quiere someterlos.
                        El pecado, digamos, sería faltar a la Ley de la hospitalidad, una imposición que en aquella época tenía un valor de supervivencia esencial y que era una regla compartida por las culturas semíticas y arábicas, y que en un sentido amplio sigue vigente hoy en día. Se nos dice que Lot era un hombre justo. La historia del Levita encarna el mismo tema.
                        Es muy significativo el pasaje titulado «Egipto, más culpable que Sodoma», del Libro de la Sabiduría (19), donde leemos: “Mas sobre los pecadores cayeron los castigos, precedidos, como aviso, de la violencia de los rayos. Con toda justicia sufrían por sus propias maldades, por haber extremado su odio contra el extranjero… Otros no recibieron a unos desconocidos a su llegada… otros redujeron a esclavitud a huéspedes bienhechores… Además habrá una visita para ellos porque recibieron hostilmente a los extranjeros... otros, después de acoger con fiestas a los que ya participaban en los mismos derechos que ellos, los aplastaron con terribles trabajos… Por eso, también fueron éstos heridos de ceguera, como aquéllos a las puertas del justo, cuando, envueltos en inmensas tinieblas, buscaba cada uno el acceso a su puerta”.

                        Permítanme hacer una digresión léxica en este punto, señalar un aspecto etimológico con respecto al término “hospitalidad”. Originalmente, la voz latina hostis se refería al extranjero, luego por extensión se utilizó como sinónimo de enemigo. De aquella raíz derivan términos como hospitalidad (la actitud de acogida debida al extranjero), hospital, hostal, hostería, etc. y su reverso negativo, hostilidad, hostil. El filósofo y poeta franco-argelino Jacques Derrida ha reflexionado de forma muy lúcida sobre esta tensión dialéctica, y señaló la naturaleza psicopolítica de esta tensión. El extranjero (el huésped) introduce un elemento inquietante en quien acoge (el anfitrión) porque su mirada extraña (de extrañeza, de cuestionamiento) a lo que es “propio” introduce una cierta cantidad de inseguridad (en el sentido de “poner en duda” la propia identidad).
                        Como fuere, no voy a extenderme en ello, esta voz ha impregnado las lenguas romances pero también las lenguas sajonas.     Así las cosas, encontramos en la arcada principal de la librería Shakespeare & Company, en París -un icono de la cultura cosmopolita, internacional y de diálogo entre culturas-, escrito en grandes letras de molde, a modo de máxima, un verso del poeta irlandés William Butler Yeats que dice: «Be not inhospitable to strangers, lest they be angels in disguise» (“No seáis inhospitalarios con los extranjeros, podría tratarse de ángeles disfrazados”). La referencia al libro del Génesis y la historia de Lot es evidente.

                        Interpreto la destrucción o devastación de Sodoma como una degradación que sufren sus habitantes al dispensar un tratamiento hostil a los visitantes, al igual que me parece que Occidente sufrirá un deterioro si no es capaz de revertir su actitud frente a las corrientes migratorias y frente al fenómeno de los refugiados. Porque la humanidad se juega en la capacidad de identificar al otro como un par complementario sin el cual no podría definir mi identidad (no habría “yo” sin el “otro”), de ver al otro (el de otro país, otra confesión religiosa, otra lengua, etc.) como parte de una misma comunidad, la común unidad de lo humano. Y el efecto que puede tener el no reconocer al otro como una parte esencial del yo es la desintegración de un aspecto fundamental de lo humano cuyas consecuencias no podemos prever. Ya ha pasado muchas veces, demasiadas veces, y el resultado es la destrucción, el sufrimiento y el dolor. Al no tender la mano al necesitado, al mirar al extranjero con hostilidad, nos estamos haciendo daño a nosotros mismos, a aquello en nosotros que nos define y nos construye como humanos. La “humanidad”, planteada en estos términos, es una construcción cultural. Es el largo y arduo proceso de domesticación de lo salvaje por medio de la cultura (entendida en un sentido amplio). Así hago yo esta lectura del pasaje bíblico, como una alegoría que requiere interpretación y cuyo mensaje, por haber accedido a él desde un sentido crítico, se me presenta como un descubrimiento y no como una imposición. Así funcionan todos estos relatos antiquísimos, porque la historia de Lot está en el Corán, en las tradiciones orales de Mesopotamia y un equivalente, con toda seguridad, en la literatura oriental. Dicho de otra forma, no se me presenta como una cuestión moral (“está mal” tratar de forma hostil al extranjero), sino como una pieza de sabiduría que tiene mucho de racional. Llego a esa conclusión por una vía distinta a la del dogma. Eso me permite el ejercicio de la LECTURA como un proceso activo (y creativo).
                        Esta  construcción de lo humano como un valor digamos supra-zoológico no es indestructible. De hecho, es más bien endeble o frágil, y debemos estar siempre atentos a aportar elementos para su conservación y ampliación. No se conserva por su cuenta el repertorio de actitudes que nos definen como humanos, no basta con la pasividad y la sujeción a un sistema legal-cultural. Hace falta la participación del individuo criterioso. Debemos ser activos en su mantenimiento. De alguna manera, yo plantearía el asunto desde una perspectiva egoísta. No es “caridad” lo que tenemos que hacer con el necesitado o el forastero o el extranjero. Es sostener aquello que nos hace humanos, que nos hace humanos realmente. Ayudo al necesitado y soy hospitalario con el foráneo porque si no lo hago me estoy haciendo daño a mí mismo, estoy degradando aquello que condiciona mi humanidad, sin la cual no puedo acceder al reino de lo humano, de su sensibilidad, de su grandeza dentro del universo de lo vivo. Así leo ese pasaje bíblico.
                        Y así leo también ese famoso verso de Rimbaud, “Yo es otro” (“Je est un autre”). Elijo leer ese verso según estas claves que hemos comentado. Es bueno recordar, en este sentido, que Persona viene de la “máscara” que se ponían los actores para hablar (per sonare), que “persona” es algo superpuesto al hombre. En otras palabras, la clasificación zoológica del hombre no es suficiente para convertirnos en personas. Ser personas requiere de una actitud. El riesgo de la insolidaridad es el riesgo de dejar de ser personas. Sin esa máscara, sin ese otro integrado, la humanidad no puede existir.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Las confluencias de Carlos Germán Belli


Carlos Germán Belli (Perú, 1927) ha publicado veinte poemarios desde su primer libro, Poemas, de 1957. Entre cielo y suelo (Point de Lunettes. Sevilla, 2016) recoge veinte poemas nuevos, aunque el propio concepto de lo “nuevo” ocupa en la poética de Belli un lugar inestable y problemático. Tanto su lenguaje como la versificación y las estructuras estróficas responden a una lógica barroca en la que se inscribe su escritura desde el comienzo, y sus temas entroncan con la lírica órfica, el letrismo y el surrealismo, pasando por la poesía provenzal, por la tradición toscana y por el Siglo de oro español. Así, su obra ha sido desde el principio motivo de desconcierto y maquinaria desquiciante para no pocos críticos y lectores en general. Y es que la originalidad o novedad de su obra radica justamente en su capacidad centrípeta y aglutinante, en la manera con que ha sabido conjugar elementos tenidos por dispares pero que encuentran en su poesía, encorsetada en la forma, un encaje de orden en apariencia natural.
Confluencia de planos significativos y temporales es Entre cielo y suelo, porque el pasado nunca acaba de irse y el futuro siempre está llegando, y es en esta infinita zona fronteriza donde realizamos las más elementales fusiones y funciones: ayer, hoy y mañana son la materia con la que se compone el bolo alimenticio (“Este dormir y este comer no más/ en la gastada vida dilatada”) y también las fantasmagorías con las que iluminamos el seso (“pues mirar y pensar/ bastan desde acá para lograr todo”). Todo es desplazándose, oscilando entre cielo y suelo. ¡Es el lenguaje! Es la bola flamígera de la palabra que viaja siempre igual a sí misma y dentro de sí misma como en un pinball fractal de la mente:

Pues sea como fuere el ir a Orión,
acá y allá lo unimos con palabras
que directas van a posarse raudas
en cada astro en el firmamento fijo,
en donde proliferan cien mil veces,
tal una y otra constelación clara,
y el reino interior próximo
ya no está codo a codo nunca más,
y en cambio todo el éter infinito
en primer plano acá,
que justamente allí empieza la vida
después del auroral materno claustro,
y astro a astro enseguida escudriñarlos.

Deberían estar atentos los falsos modernos, porque el decano de la poesía en castellano (junto con Nicanor Parra) ha vuelto para recordarles que para el viaje de la cibernética a la astronomía hace falta un combustible añejo, fuente de energía que no sale de chupar clavos. El músculo del verbo se entrena en el gimnasio de los clásicos, y la experiencia que rehúye al diccionario (“piedra angular de la terrenal vida”) no es más que el balbuceo de un idiota, sí, lleno de ruido y de furia y sin ningún sentido. La experiencia no es un producto que pierda sus propiedades si no se consume recién pescada, como si fuese una dorada:

que la experiencia de lo ayer sufrido
a este doliente aplasta sin piedad.
[…]
yazgo fiel a esta gran pena de antaño
no solo ayer, sino hoy y aun mañana.

Categoría de la experiencia: nunca consumada del todo, arde en el cuenco del ser como una resina de perfumes ambiguos. No se evapora, inflama la vaina de la vida con sus humos persistentes: “que todo esto se junta con el presente,/ como pasada cosa ahora viva”.
Entre cielo y suelo es un poemario crepuscular y agónico, pero seguramente lo sea en las acepciones más nobles de estos términos. Es crepuscular por su reflexión constante sobre el final de los ciclos (la “edad gastada”, la “edad prolongada”, la “vida dilatada”, las “postrimerías”, el “desgaste vil”…), pero de un final solo relativo, pensado como la condición necesaria de la renovación y como un punto más de una malla flexible que, por estar construida con lenguaje, es eterna en su instante enunciativo. El crepúsculo es todavía luz y promesa de regeneración “cuando las sombras cambian en albores/ en virtud de lo escrito y lo leído”. Su agonismo tiene la carga eléctrica de una resistencia: Belli alinea los polos para crear el campo magnético por el que circulan, una vez más y libremente, algunos de sus materiales semánticos más recurrentes: seso, escudo, cuna, tumba, suelo, cielo, asombro, terrenal, astros, dolor, engullir, hados… El espíritu de estos veinte poemas, en cualquier caso, comparte la actitud exigida por Dylan Thomas de no entrar dócilmente en esa noche quieta que es el morir, y aviva la lumbre de sus versos consciente de que son el habla del porvenir. Recordemos aquellos versos finales del soneto LX de Shakespeare: “El tiempo transfigura el florido adorno de la juventud/ Y excava sus surcos en la frente de la belleza,/ Se alimenta de las bellas rarezas de la naturaleza,/ Y nada se yergue sino para el filo de su guadaña:/ Y, no obstante, en los tiempos que aun son esperanza, mi verso se erguirá,/ Elogiando tu mérito, a despecho de su mano cruel”.
Su lírica, que no teme escarbar en eso que da en llamarse “propia vida”, una clara invitación a la cursilería para cualquier mal poeta, es aquí, como en todos sus anteriores poemarios, una de las mayores y más notables contravenciones a las “leyes” de la poesía contemporánea. Homenajes, odas y cantos fúnebres por su hermano Alfonso y por su padre y por su madre y por su hija Mariella son ya las pruebas constantes del nervio de su escritura, a los que recurre como hacía Cézanne con su querida Sainte-Victoire, pero también recordando las palabras de Monet: lo importante no es el motivo, sino mi relación con el motivo. Esos son los astros imperecederos que dibujan el camino sideral y demiúrgico del poeta. Belli se despoja de los estribos y las riendas y la montura y las crines y del caballo mismo para cabalgar alado por una constelación que es pura densidad simbólica.
            Dignidad de la poesía: celebrar a Belli como el gran poeta órfico de la lengua castellana. Su poética repite, letra a letra, los versos del Libro XI de las Metamorfosis de Ovidio:

Su cabeza y su arpa llegaron
Al Hebro siguiendo río abajo,
Su arpa (¡oh maravilla!) emitió una nota fúnebre,
Y su lengua muerta un lamento como si hablase todavía.
Y ambas riberas le hicieron eco.

Así leer “En pos de la vida intemporal”:

Que vida y tiempo –mal que bien lo pienso-
nunca más una sola cosa sean,
es decir de una misma esencia no,
sino distintos como noche y día
en el seno del mundo terrenal,
desde la cuna a tumba de uno y otro
Fulano envejecido,
quien se pregunta muy osadamente
qué va a hacer en suma
con esta inextricable vida humana
y el tiempo que en pesada mole tórnase.

Y si fuera posible procedamos
ahora a separar con celo máximo
el puro existir de la edad gastada,
sacando a esta con días y siglos
de raíz por entero para siempre,
que no consubstanciales finalmente,
pues las de Villadiego
cada cual toma, y aliviada a fondo
todita la existencia,
de tantísimo peso temporal,
que feliz por primera vez se siente.

¡Ya basta de minutos, basta de horas!,
que en adelante libre del vil lastre,
y exactamente así lo proclamamos:
volar, nadar y andar de norte a sur,
y viceversa, que tales maneras
justamente acá o en la muerte inédita,
y si el pensar forzamos,
en consecuencia grandes hechos hay,
como que en nada queden
el ayer, el hoy y el mañana en serie,
que al fin hallarse más allá del tiempo.


Publicado en la revista Guaraguao Nº51 Primavera 2016

lunes, 16 de noviembre de 2015

Cada vez que surge el runrún de la antinomia "civilización o barbarie", nosotros los civilizados contra los otros bárbaros, recuerdo y releo el poema de Cavafis. Este poema, junto con El mar de las Sirtes, de Julien Gracq, El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, y "Carcassonne", de Lord Dunsany, deberían ser lecturas obligatorias para todos los charlatanes pirómanos que siembran el mundo de destrucción, de norte a sur y de este a oeste.


Esperando a los bárbaros

Constantino Cavafis

-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

lunes, 17 de agosto de 2015

Copi de estío



Leo los cuentos de Virginia Woolf ataca de nuevo (Anagrama, traducción de Alberto Cardín) de Copi y me invade una doble desazón y un gozo. No es negocio, estoy tentado a concluir. Pero quién sabe.
La desazón parte de la presencia de los dibujantes y caricaturistas Wolinski y Cabu como personajes del primer cuento del librito, “¿Cómo? ¡Zis! ¡Zas ¡Amor!”, en la época de Hara-Kiri. ¡Los balearon “antes de ayer” en París, en la redacción! El futuro ya llegó, y tiene el rostro del pasado. Y el trance se remata con la certeza de que ya no se escriben -¡al menos no se publican!- cuentos tan “locos”, con una imaginación tan libre, desinhibida, una fantasía tan esponjosa. Incorrectos, afilados, incisivos, divertidos.
El gozo, finalmente, es el encuentro de estos textos que me producen desazón.