viernes, 24 de octubre de 2014

Joseph Conrad: Nota del autor



Un prólogo es un estado de ánimo. Escribir un prólogo es como afilar la hoz, como afinar la guitarra, como hablarle a un niño, como escupir por la ventana. Uno no sabe cómo ni cuándo las ganas se apoderan de uno, las ganas de escribir un prólogo, las ganas de estos leves sub noctem susurri.
 Søren Kierkegaard, Prólogos.

Hay prólogos que se escriben a regañadientes, prólogos que se escriben con entusiasmo y prólogos puramente programáticos. Hay muchos tipos de prólogos.
En el prólogo a la edición española de uno de los libros más felices y delicados de Joseph Conrad, El espejo del mar, Juan Benet escribía: “El libro me proporcionó una impresión indeleble y la seguridad de haber topado con una prosa exacta, acabada, perfectamente trabajada, ensamblada y estanca como los cascos de los buques que describía”. Benet leyó primero el libro en francés, luego en inglés, y finalmente en la excelente traducción que hizo al castellano Javier Marías. Ese prólogo, un híbrido entre la especie entusiasta y la programática, tenía por tanto dos propósitos: hacer un encomio de la traducción de Marías y presentar un frío análisis del estilo de Conrad desde las propias convicciones literarias: “A veces el estilo ha de desvanecerse ante las imposiciones del relato, y a veces la mejor forma de tratar una página sea desproveerla de un estilo propio”. La discusión en torno al estilo de Conrad es un asunto capital en la inserción privilegiada de su obra dentro del canon de la literatura inglesa: “Conrad vino a Inglaterra, un isabelino -escribió Ford Madox Ford- con una prosa que continuamente producía efectos polifónicos de órgano… y Conrad es el poeta más importante de hoy en día porque, más que ningún otro escritor, ha percibido que la poesía consiste en la representación exacta de los acontecimientos concretos y materiales en las vidas de los hombres. Es evidente que, como cualquier otro escritor, tiene el secreto anhelo de producir, en algún momento u otro, una escritura abstracta, una escritura que debe estar desprovista de significación material, como una fuga de Bach lo está de un programa, y que aun así debe tener la belleza del sonido puro. Para encontrar a Conrad en una actitud puramente sinfónica hay que remitirse a sus escritos personales, como los recogidos en El espejo del mar”.