lunes, 16 de noviembre de 2015

Cada vez que surge el runrún de la antinomia "civilización o barbarie", nosotros los civilizados contra los otros bárbaros, recuerdo y releo el poema de Cavafis. Este poema, junto con El mar de las Sirtes, de Julien Gracq, El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati, y "Carcassonne", de Lord Dunsany, deberían ser lecturas obligatorias para todos los charlatanes pirómanos que siembran el mundo de destrucción, de norte a sur y de este a oeste.


Esperando a los bárbaros

Constantino Cavafis

-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

lunes, 17 de agosto de 2015

Copi de estío



Leo los cuentos de Virginia Woolf ataca de nuevo (Anagrama, traducción de Alberto Cardín) de Copi y me invade una doble desazón y un gozo. No es negocio, estoy tentado a concluir. Pero quién sabe.
La desazón parte de la presencia de los dibujantes y caricaturistas Wolinski y Cabu como personajes del primer cuento del librito, “¿Cómo? ¡Zis! ¡Zas ¡Amor!”, en la época de Hara-Kiri. ¡Los balearon “antes de ayer” en París, en la redacción! El futuro ya llegó, y tiene el rostro del pasado. Y el trance se remata con la certeza de que ya no se escriben -¡al menos no se publican!- cuentos tan “locos”, con una imaginación tan libre, desinhibida, una fantasía tan esponjosa. Incorrectos, afilados, incisivos, divertidos.
El gozo, finalmente, es el encuentro de estos textos que me producen desazón.

miércoles, 20 de mayo de 2015

El poeta contra el metafísico



Las tertulias radiofónicas y televisivas son una muestra de qué se entiende popularmente por opinión informada. Y lo que se muestra suele causar(me) una profunda tristeza espiritual e intelectual. La última perla entresacada de la radio, en boca de un actor: “Me parece una buena noticia que Luis García Montero, que es un poeta, esté en la política de la Comunidad de Madrid. Eso nos acerca al ideal de la República de Platón”. Es impresionante las cotas de ignorancia y estupidez a las que puede llegar un adulto supuestamente ilustrado. ¡En la República de Platón están proscritos los poetas! ¡Tolai!

El próximo domingo se vota a representantes para las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos de España, y en Madrid, al poeta Luis García Montero (por Izquierda Unida) se enfrenta el filósofo Ángel Gabilondo (por el Partido Socialista). Hay otros candidatos que se presentan a disputar el cargo de Presidente de la Comunidad, pero estos dos representan una tensión modélica en el pensamiento de Platón. No he visto por ahí ningún análisis que vaya por estos derroteros, una línea productiva para pensar la política contemporánea española, revolucionada por el –supuesto- movimiento de las piezas tectónicas de su sistema de partidos (un sistema corrompido desde la base hasta la cumbre).

Esta confrontación significativa de perfiles en Madrid me trae a la memoria una intervención de Leopoldo Marechal sobre el tema del poeta y el filósofo en la República de Platón, de la cual copio un fragmento:

He recordado, sin proponérmelo, el extraordinario juicio que hace Platón de los poetas, al excluirlos, en teoría, de su famosa República. Y he sentido a la vez dos impulsos aparentemente contradictorios: el de censurar a Platón y el de defenderlo. Haré las dos cosas, porque, según se lo considere, el poeta tiene razón contra el filósofo y el filósofo puede tener razón contra el poeta….

Pero también decía que el filósofo y el político pueden tener razón contra el poeta; y la tienen cuando el poeta, olvidando los límites que le son propios, hace un uso ilegítimo de su arte. Dije ya que el poeta es un inventor de criaturas espirituales, y en este orden su libertad es infinita. Pero hay cosas que no pueden ser inventadas, y la Verdad es una de ellas, porque la Verdad es única, eterna e inmutable desde el principio. Supongamos ahora que el poeta, criatura de instintos, pretenda tratar “lo verdadero” como trata “lo bello”; supongamos que pretenda inventar la verdad: pondrá entonces una mano sacrílega sobre lo que no debe ser tocado, y hará una substitución peligrosa: escamoteará la verdad y pondrá en su sitio una opinión poética, la suya. Supongamos que a todos los poetas de la tierra (y son muchos, os los aseguro) se les dé por inventar la verdad: tendremos tantas verdades diferentes como poetas existen y nos abismaremos en una confusión de lenguas verdaderamente catastrófica. ¡Y quién sabe si el caos en que vivimos no es obra de poetas que han hecho de la verdad un peligroso juego lírico! (Exclamación, que casi setenta años después, conserva toda su vigencia y actualidad)

Vemos, pues, que no sin motivo Platón, en tanto que filósofo, recelaba de los poetas. Sus recelos, en tanto que político, tenían que ser mayores.

Tradicionalmente la Política es, o debe ser, una hermana menor de la Metafísica, vale decir, una aplicación del orden Celeste al orden Terrestre: la constitución del Estado también se basa en principios inconmovibles, en un exacto conocimiento del hombre y de sus destinos naturales y sobrenaturales, en la justa ponderación de cada individuo y del lugar jerárquico que le corresponde, y en un sentido riguroso de las jerarquías. Supongamos ahora que el poeta (criatura sentimental a menudo y tornadiza casi siempre) se le dé por negar el orden en que vive, y pretenda inventar uno nuevo, según las reglas de su arte: si nadie lo sigue, habrá introducido, al menos, un germen de duda en lo indudable; si lo siguen unos pocos, dejará tras de sí un fermento de disolución activa; si lo acompañan todos, la destrucción de la Ciudad es un hecho… 

sábado, 9 de mayo de 2015

Prólogos disuasorios



Hace un tiempo me ocupé del libro de prólogos de Joseph Conrad que publicó La Uña Rota. Allí mencionaba algunas de las múltiples caras que puede adoptar un prólogo, pero me he topado por casualidad con un tipo de prólogo que no había contemplado. Se trata del “prólogo disuasorio”, aquel liminar que no funciona como puerta abierta al texto, sino que, por el contrario, actúa como muralla que impide el acceso, que disuade al lector de su deseo de entrar en el texto. Siguiendo la propuesta de Gérard Genette de que el paratexto es el borde del texto, el paratexto prólogo del que hablamos marca un perímetro, una frontera dispuesta para dificultar el acceso.

El ejemplo en cuestión se encuentra en los Discursos de Lisias (Colección Hispánica de autores griegos y latinos. Ediciones Alma Mater. Barcelona, 1954). Me acerqué al texto tentado por la oración fúnebre, que estimaba ejemplo fulgurante de la retórica clásica. Antes de sumergirme en el canto a los muertos, cometí el error de echar un ojo a la introducción:

Es indiscutible, en primer lugar, que el discurso, sea o no lisíaco, puede –no decimos que deba- ser considerado como un verdadero epitafio correspondiente a uno de los años a través de los cuales se prolongó la guerra corintia. Su esquema general, su tono patriótico, sus alusiones miticohistóricas, incluso la escasa calidad estética de esta larga serie de ramplones tópicos y manoseadas descripciones presentadas en el clásico estilo gorgiano lleno de figuras retóricas faltas de espontaneidad y de gracia, todo ello responde perfectamente a lo que sabemos de este género de oraciones.

Y fui expulsado a modo de trompada…