Hace un tiempo me ocupé del libro de prólogos de Joseph
Conrad que publicó La Uña Rota. Allí mencionaba algunas de las múltiples caras
que puede adoptar un prólogo, pero me he topado por casualidad con un tipo de
prólogo que no había contemplado. Se trata del “prólogo disuasorio”, aquel
liminar que no funciona como puerta abierta al texto, sino que, por el
contrario, actúa como muralla que impide el acceso, que disuade al lector de su
deseo de entrar en el texto. Siguiendo la propuesta de Gérard Genette de que el
paratexto es el borde del texto, el paratexto prólogo del que hablamos marca un
perímetro, una frontera dispuesta para dificultar el acceso.
Es indiscutible, en primer lugar, que el discurso, sea o no lisíaco, puede –no decimos que deba- ser considerado como un verdadero epitafio correspondiente a uno de los años a través de los cuales se prolongó la guerra corintia. Su esquema general, su tono patriótico, sus alusiones miticohistóricas, incluso la escasa calidad estética de esta larga serie de ramplones tópicos y manoseadas descripciones presentadas en el clásico estilo gorgiano lleno de figuras retóricas faltas de espontaneidad y de gracia, todo ello responde perfectamente a lo que sabemos de este género de oraciones.
Y fui expulsado a modo de trompada…
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