Bajo el mismo mar es un libro de ficción. Una
alegoría o una metáfora, si quieren, pero una historia de ficción al fin y al
cabo. Es una crónica que utiliza los mecanismos en negativo de la crónica: en
vez de construirse para esclarecer un asunto, opera en sentido inverso, su función
es la de ocultar. Aquello que se cuenta en BMM es lo que
permanece escondido debajo de la narración. Es lo sugerido, lo subterráneo, lo
sumergido.
En este sentido, poco más podría o debería añadir sobre el texto, ya que para
que funcione como artefacto literario necesita de la interpretación o
activación por parte del lector. Los protagonistas de esta historia, en
definitiva, nunca aparecen en primer plano, nunca se muestran abiertamente. Es
como en la vida misma, están silenciados, apartados, son invisibles.
Pero estamos aquí para hablar sobre la inmigración y el libro en sí mismo es
una excusa, así que voy a desarrollar una idea que presenta uno de los
personajes de la historia y voy a transparentar un ejercicio de lectura. En
definitiva, la mirada que tenemos sobre el mundo, la forma de proyectar un
sentido ético sobre los acontecimientos, tiene que ver con la manera en que
leemos el mundo, en que interpretamos los acontecimientos. El sistema de lectura
de cada uno de nosotros acabará por definir nuestra posición frente a esos
acontecimientos, nuestras opiniones, nuestras “valoraciones”. Leer es poner en
relación, interpretar, dar sentido y valor a las acciones, los hechos, los
gestos, los fenómenos que conforman la “realidad” dentro y fuera del texto. No
hay una realidad fuera de la percepción de la realidad -esta es una máxima
filosófica- , y esta percepción es en sí misma un acto de lectura, ya sea
individual o colectiva.
El pasaje al que me refería es un diálogo donde se menciona la destrucción de
Sodoma en el Libro del Génesis.
Allí se cuenta la historia de Lot (y su mujer, Edith, y sus hijas) y los
ángeles que visitaron Sodoma antes de su destrucción para salvarlo por ser
considerado un hombre justo.
La lectura canónica de este episodio bíblico, impuesta desde el siglo XII, es
la del castigo por la homosexualidad de sus habitantes, los sodomitas, por sus
relaciones homogenitales. Pero esta interpretación pasa por alto el significado
de esta práctica, que más que sexual es de sometimiento: se hacía con los
enemigos apresados o vencidos, como forma de humillación al ser “tratados como
mujeres”. La obsesión con lo genital que ha marcado muchas lecturas canónicas
ha llevado a esta confusión. Bien mirado, el componente sexual ocupa un
carácter puramente anecdótico en la historia.
En la propia Biblia se explicita el motivo de la destrucción de Sodoma. Está en
Ezequiel
(16:49-50): «He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia,
saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no
tendió la mano al afligido y al mendigo. Y se llenaron de soberbia y abominaron
de mi Ley.»
Lot era extranjero en Sodoma, al igual que los ángeles disfrazados que llegaron
a la ciudad. Lot arriesga todo lo que tiene (sus propiedades, su integración en
la comunidad, su familia) para proteger a estos dos forasteros frente a la
turba de Sodoma que quiere someterlos.
El pecado, digamos, sería faltar a la Ley de la hospitalidad, una imposición
que en aquella época tenía un valor de supervivencia esencial y que era una
regla compartida por las culturas semíticas y arábicas, y que en un sentido
amplio sigue vigente hoy en día. Se nos dice que Lot era un hombre justo. La
historia del Levita encarna el mismo tema.
Es muy significativo el pasaje titulado «Egipto, más culpable que Sodoma», del
Libro de la Sabiduría (19), donde leemos: “Mas sobre los pecadores cayeron los
castigos, precedidos, como aviso, de la violencia de los rayos. Con toda
justicia sufrían por sus propias maldades, por haber extremado su odio contra
el extranjero… Otros no recibieron a unos desconocidos a su llegada… otros
redujeron a esclavitud a huéspedes bienhechores… Además habrá una visita para
ellos porque recibieron hostilmente a los extranjeros... otros, después de
acoger con fiestas a los que ya participaban en los mismos derechos que ellos,
los aplastaron con terribles trabajos… Por eso, también fueron éstos heridos de
ceguera, como aquéllos a las puertas del justo, cuando, envueltos en inmensas
tinieblas, buscaba cada uno el acceso a su puerta”.
Permítanme hacer una digresión léxica en este punto, señalar un aspecto
etimológico con respecto al término “hospitalidad”. Originalmente, la voz
latina hostis
se refería al extranjero, luego por extensión se utilizó como sinónimo de
enemigo. De aquella raíz derivan términos como hospitalidad (la actitud de
acogida debida al extranjero), hospital, hostal, hostería, etc. y su reverso
negativo, hostilidad, hostil. El filósofo y poeta franco-argelino Jacques
Derrida ha reflexionado de forma muy lúcida sobre esta tensión dialéctica, y
señaló la naturaleza psicopolítica de esta tensión. El extranjero (el huésped)
introduce un elemento inquietante en quien acoge (el anfitrión) porque
su mirada extraña (de extrañeza, de cuestionamiento) a lo que es “propio”
introduce una cierta cantidad de inseguridad (en el sentido de “poner en duda”
la propia identidad).
Como fuere, no voy a extenderme en ello, esta voz ha impregnado las lenguas
romances pero también las lenguas sajonas. Así las
cosas, encontramos en la arcada principal de la librería Shakespeare &
Company, en París -un icono de la cultura cosmopolita, internacional y de
diálogo entre culturas-, escrito en grandes letras de molde, a modo de máxima,
un verso del poeta irlandés William Butler Yeats que dice: «Be not inhospitable
to strangers, lest they be angels in disguise» (“No seáis inhospitalarios con
los extranjeros, podría tratarse de ángeles disfrazados”). La referencia al
libro del Génesis y la historia de Lot es evidente.
Interpreto la destrucción o devastación de Sodoma como una degradación que
sufren sus habitantes al dispensar un tratamiento hostil a los visitantes, al
igual que me parece que Occidente sufrirá un deterioro si no es capaz de
revertir su actitud frente a las corrientes migratorias y frente al fenómeno de
los refugiados. Porque la humanidad se juega en la capacidad de identificar al
otro como un par complementario sin el cual no podría definir mi identidad (no
habría “yo” sin el “otro”), de ver al otro (el de otro país, otra confesión
religiosa, otra lengua, etc.) como parte de una misma comunidad, la común
unidad de lo humano. Y el efecto que puede tener el no reconocer al otro como
una parte esencial del yo es la desintegración de un aspecto fundamental de lo
humano cuyas consecuencias no podemos prever. Ya ha pasado muchas veces,
demasiadas veces, y el resultado es la destrucción, el sufrimiento y el dolor.
Al no tender la mano al necesitado, al mirar al extranjero con hostilidad, nos
estamos haciendo daño a nosotros mismos, a aquello en nosotros que nos define y
nos construye como humanos. La “humanidad”, planteada en estos términos, es una
construcción cultural. Es el largo y arduo proceso de domesticación de lo
salvaje por medio de la cultura (entendida en un sentido amplio). Así hago yo
esta lectura del pasaje bíblico, como una alegoría que requiere interpretación
y cuyo mensaje, por haber accedido a él desde un sentido crítico, se me
presenta como un descubrimiento y no como una imposición. Así funcionan todos
estos relatos antiquísimos, porque la historia de Lot está en el Corán, en las
tradiciones orales de Mesopotamia y un equivalente, con toda seguridad, en la
literatura oriental. Dicho de otra forma, no se me presenta como una cuestión
moral (“está mal” tratar de forma hostil al extranjero), sino como una pieza de
sabiduría que tiene mucho de racional. Llego a esa conclusión por una vía
distinta a la del dogma. Eso me permite el ejercicio de la LECTURA como un
proceso activo (y creativo).
Esta construcción de lo humano como un valor digamos supra-zoológico no
es indestructible. De hecho, es más bien endeble o frágil, y debemos estar
siempre atentos a aportar elementos para su conservación y ampliación. No se
conserva por su cuenta el repertorio de actitudes que nos definen como humanos,
no basta con la pasividad y la sujeción a un sistema legal-cultural. Hace falta
la participación del individuo criterioso. Debemos ser activos en su
mantenimiento. De alguna manera, yo plantearía el asunto desde una perspectiva
egoísta. No es “caridad” lo que tenemos que hacer con el necesitado o el
forastero o el extranjero. Es sostener aquello que nos hace humanos, que nos
hace humanos realmente. Ayudo al necesitado y soy hospitalario con el foráneo
porque si no lo hago me estoy haciendo daño a mí mismo, estoy degradando
aquello que condiciona mi humanidad, sin la cual no puedo acceder al reino de
lo humano, de su sensibilidad, de su grandeza dentro del universo de lo vivo.
Así leo ese pasaje bíblico.
Y así leo también ese famoso verso de Rimbaud, “Yo es otro” (“Je est un
autre”). Elijo leer ese verso según estas claves que hemos comentado. Es bueno
recordar, en este sentido, que Persona viene de la “máscara” que se ponían los
actores para hablar (per sonare), que
“persona” es algo superpuesto al hombre. En otras palabras, la clasificación
zoológica del hombre no es suficiente para convertirnos en personas. Ser
personas requiere de una actitud. El riesgo de la insolidaridad es el riesgo de
dejar de ser personas. Sin esa máscara, sin ese otro integrado, la humanidad no
puede existir.
Siempre es un buen momento para defender esta lectura de la humanidad.
ResponderEliminarEspero y deseo que hayáis tenido un buen recibimiento en Tánger.
Lo comparto, para difundirlo, en mi cuenta de Facebook.
Un abrazo.
Gracias, Alejandro.
ResponderEliminarAbrazo