Caza de conejos es la respuesta definitiva para aquellos lectores
que, tras leer La ciudad, La novela luminosa o El discurso vacío, se hayan preguntado
si Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004) fue realmente un gran escritor o una
rareza del idioma sin mayor recorrido. Y es una confirmación inapelable de que
la gran literatura, la gran literatura en castellano, puede permanecer al
margen de los principales premios literarios (la cultural oficial), de los
puestos destacados en las listas de obras más vendidas (la industria) y del
conocimiento general del público (la popularidad).
Mario Levrero ha logrado con este poderoso texto fragmentario, escrito en 1973 y publicado originalmente en 1986, la construcción de un universo estético y lógico que se matiza y niega y desmiente a sí mismo, que se corrige sobre la marcha, que se amplifica y se comenta y se disemina y se multiplica a través de los más curiosos mecanismos retóricos. Caza de conejos pone en escena un ecosistema absurdo e imposible, razonable e infalible: un bosque, un castillo, conejos blancos, cazadores y guardabosques. También está El idiota, líder libidinoso que todo lo pringa, y el narrador innombrado, que se abre desde la óptica del individuo a la identidad del grupo, oscilando con violencia. Las variaciones que permiten estos elementos primordiales, en el imaginario burbujeante de Levrero, son infinitas no por la cantidad de combinaciones que el sistema habilita, sino porque el autor juega con el cambio de sus funciones: el cazador es presa, el castillo alberga al bosque, los conejos son autómatas, o guardabosques, o bombas… Aquí nada es lo que parece.
Mario Levrero ha logrado con este poderoso texto fragmentario, escrito en 1973 y publicado originalmente en 1986, la construcción de un universo estético y lógico que se matiza y niega y desmiente a sí mismo, que se corrige sobre la marcha, que se amplifica y se comenta y se disemina y se multiplica a través de los más curiosos mecanismos retóricos. Caza de conejos pone en escena un ecosistema absurdo e imposible, razonable e infalible: un bosque, un castillo, conejos blancos, cazadores y guardabosques. También está El idiota, líder libidinoso que todo lo pringa, y el narrador innombrado, que se abre desde la óptica del individuo a la identidad del grupo, oscilando con violencia. Las variaciones que permiten estos elementos primordiales, en el imaginario burbujeante de Levrero, son infinitas no por la cantidad de combinaciones que el sistema habilita, sino porque el autor juega con el cambio de sus funciones: el cazador es presa, el castillo alberga al bosque, los conejos son autómatas, o guardabosques, o bombas… Aquí nada es lo que parece.
Las
apariencias juegan un papel incluso en la propia clasificación genérica del
texto: ¿estamos ante una novela? ¿un libro de cuentos? ¿microrelatos?... Nada
de eso y todo a la vez. Caza de conejos
hará las delicias de los posmodernos pero al mismo tiempo comparte el sustrato
alegórico de la literatura clásica. Participa, podríamos decir, de las
preocupaciones esenciales de la literatura moderna: la construcción del punto
de vista, la reflexión sobre su condición de posibilidad, el discurso como
simulacro. La reverberación alegórica permite que el texto se instituya en una
máquina de fagocitar referentes. Aquí cabe todo lo pensable: “Si bien entre
nosotros casi no se habla de otra cosa que de conejos, en realidad nunca hemos
visto uno. Dudamos incluso de su existencia. En nuestras conversaciones el
conejo oficia de metáfora, o de símbolo. Es frecuente observar que muchos, una
gran mayoría, hemos olvidado la primitiva significación de la palabra, si es
que ha tenido alguna, alguna vez”.
Coeficientes
de lo profundamente humano, los conejos representan la quimera de una
proyección sistemática de miserias, ambiciones, engaños y trucos que llenan de
sentido una existencia absurda obligada a perpetuar sus fluctuantes fantasías.
Podemos decir con Levrero “que toda la obra no es más que una gran trampa
verbal para atrapar conejos; que toda la obra no es más que una gran trampa
verbal de los conejos, para atrapar definitivamente a los hombres”.
A este texto sorprendente lo
acompañan, en esta edición, las ilustraciones de Sonia Pulido, que aportan una
dimensión visual sugerente y complementaria a las imágenes que propone el
verbo, sin interferir con ellas y contribuyendo a que el libro sea un objeto
con valor artístico propio.
Caza de conejos
Mario Levrero
Edición ilustrada por Sonia Pulido
Libros del Zorro Rojo
Barcelona, 2012
163 páginas
Texto publicado originalmente en Los Lunes del Imparcial.
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