sábado, 11 de marzo de 2017

Inmigración y Lectura

Finalmente, esto es más o menos lo que leí en Tánger:

INMIGRACIÓN Y LECTURA

            Bajo el mismo mar es un libro de ficción. Una alegoría o una metáfora, si quieren, pero una historia de ficción al fin y al cabo. Es una crónica que utiliza los mecanismos en negativo de la crónica: en vez de construirse para esclarecer un asunto, opera en sentido inverso, su función es la de ocultar. Aquello que se cuenta en BMM es lo que permanece escondido debajo de la narración. Es lo sugerido, lo subterráneo, lo sumergido.
        En este sentido, poco más podría o debería añadir sobre el texto, ya que para que funcione como artefacto literario necesita de la interpretación o activación por parte del lector. Los protagonistas de esta historia, en definitiva, nunca aparecen en primer plano, nunca se muestran abiertamente. Es como en la vida misma, están silenciados, apartados, son invisibles.
        Pero estamos aquí para hablar sobre la inmigración y el libro en sí mismo es una excusa, así que voy a desarrollar una idea que presenta uno de los personajes de la historia y voy a transparentar un ejercicio de lectura. En definitiva, la mirada que tenemos sobre el mundo, la forma de proyectar un sentido ético sobre los acontecimientos, tiene que ver con la manera en que leemos el mundo, en que interpretamos los acontecimientos. El sistema de lectura de cada uno de nosotros acabará por definir nuestra posición frente a esos acontecimientos, nuestras opiniones, nuestras “valoraciones”. Leer es poner en relación, interpretar, dar sentido y valor a las acciones, los hechos, los gestos, los fenómenos que conforman la “realidad” dentro y fuera del texto. No hay una realidad fuera de la percepción de la realidad -esta es una máxima epistemológica- , y esta percepción es en sí misma un acto de lectura, ya sea individual o colectiva.
        La lectura es un encuentro con la experiencia del otro, con la elaboración de la experiencia del otro, y a través del mecanismo de lectura la hacemos nuestra, unas veces por el camino de la identificación o la empatía, siempre por la vía de la interpretación. La lectura, por definición, es un lugar de encuentro, es el territorio en el que se traspasan las fronteras entre uno (el lector) y otro (la voz del texto).
        La lectura es siempre un “encuentro”.
        El pasaje al que me refería es un diálogo donde se menciona la destrucción de Sodoma en el Libro del Génesis. Allí se cuenta la historia de Lot (y su mujer, Edith, y sus hijas) y los ángeles que visitaron Sodoma antes de su destrucción para salvarlo por ser considerado un hombre justo.
        La lectura canónica de este episodio bíblico, impuesta desde el siglo XII, es la del castigo por la homosexualidad de sus habitantes, los sodomitas, por sus relaciones homogenitales. Pero esta interpretación pasa por alto el significado de esta práctica, que más que sexual es de sometimiento: se hacía con los enemigos apresados o vencidos, como forma de humillación al ser “tratados como mujeres” (en una cultura en la que “mujer” tenía unas connotaciones digamos marcadamente peyorativas). La obsesión con lo genital que ha marcado muchas lecturas canónicas ha llevado a esta confusión. Bien mirado, el componente sexual ocupa un carácter puramente anecdótico en la historia. En esta y en muchas otras historias bíblicas. Todo ello está expuesto con claridad y elocuencia en un libro muy recomendable del sacerdote y teólogo estadounidense Daniel Helminiak titulado Lo que realmente dice la Biblia sobre la homosexualidad (Alamo Square Press, 2000).
        En la propia Biblia se explicita el motivo de la destrucción de Sodoma. Está en Ezequiel (16:49-50): «He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no tendió la mano al afligido y al mendigo. Y se llenaron de soberbia y abominaron de mi Ley.»
        Lot era extranjero en Sodoma, al igual que los ángeles disfrazados que llegaron a la ciudad para rescatarlo. Lot arriesga todo lo que tiene (sus propiedades, su integración en la comunidad, su familia) para proteger a estos dos forasteros frente a la turba de Sodoma que quiere someterlos, sin sospechar siquiera la naturaleza “divina” de los viajeros.
        Aquello que se decidió a evitar Lot fue el atentado contra la Ley de la hospitalidad, una imposición que en aquella época tenía un valor de supervivencia esencial y que era una regla compartida por las culturas semíticas y arábicas, y que en un sentido amplio sigue vigente hoy en día, aunque se hayan buscado los mecanismos retóricos para interpretar esta exigencia desde un punto de vista flexible, cuando no programático. Se nos dice que Lot era un hombre justo, y en su forma de ser justo no estaba matizar o hacer excepciones en el cumplimiento de este “mandato”. La historia del Levita encarna el mismo tema.
        Es muy significativo el pasaje titulado «Egipto, más culpable que Sodoma», del Libro de la Sabiduría (19), donde leemos: “Mas sobre los pecadores cayeron los castigos, precedidos, como aviso, de la violencia de los rayos. Con toda justicia sufrían por sus propias maldades, por haber extremado su odio contra el extranjero… Otros no recibieron a unos desconocidos a su llegada… otros redujeron a esclavitud a huéspedes bienhechores… Además habrá una visita para ellos porque recibieron hostilmente a los extranjeros... otros, después de acoger con fiestas a los que ya participaban en los mismos derechos que ellos, los aplastaron con terribles trabajos… Por eso, también fueron éstos heridos de ceguera, como aquéllos a las puertas del justo, cuando, envueltos en inmensas tinieblas, buscaba cada uno el acceso a su puerta”.

        Permítanme hacer una digresión léxica en este punto, señalar un aspecto etimológico con respecto al término “hospitalidad”. Originalmente, la voz latina hostis se refería al extranjero, luego por extensión se utilizó como sinónimo de enemigo. De aquella raíz derivan términos como hospitalidad (la actitud de acogida debida al extranjero), hospital, hostal, hostería, etc. y su reverso negativo, hostilidad, hostil. El filósofo y poeta franco-argelino Jacques Derrida ha reflexionado de forma muy lúcida sobre esta tensión dialéctica, y señaló la naturaleza psicopolítica de esta tensión. El extranjero (el huésped) introduce un elemento inquietante en quien acoge (el anfitrión) porque su mirada extraña (de extrañeza, de cuestionamiento) a lo que es “propio” inocula una cierta cantidad de inseguridad (en el sentido de “poner en duda” la propia identidad).
        Como fuere, no voy a extenderme en ello, esta voz ha impregnado las lenguas romances pero también las lenguas sajonas. Valga como ejemplo el verso que corona la arcada principal de la librería Shakespeare & Company, en París -un icono de la cultura cosmopolita, internacional y de diálogo entre culturas-, escrito en grandes letras de molde, a modo de máxima, un verso del poeta irlandés William Butler Yeats que dice: «Be not inhospitable to strangers, lest they be angels in disguise» (“No seáis inhospitalarios con los extranjeros, podría tratarse de ángeles disfrazados”). La referencia al Libro del Génesis y la historia de Lot es evidente.

        Interpreto la destrucción de Sodoma como el resultado de un proceso sostenido de degradación de los componentes “humanos” de la comunidad. Se puede interpretar como una alegoría donde la devastación del fuego es en realidad la fuerza destructiva de los acontecimientos mismos. No una descarga celestial sino la precipitación de los hechos en la evolución de la Historia. En este sentido, sería como la decadencia y hundimiento del Imperio Romano. La “perversión” de las costumbres (que poco tiene que ver con lo sexual) que denunciaba Tácito, como quien no quiere la cosa, en su Germania. El detonante es el tratamiento hostil que los habitantes de Sodoma imponen a los visitantes. Es en esta línea que me parece productivo tomar la peripecia del pasaje bíblico como advertencia, como un conocimiento legado por las gentes de la antigüedad. Es “palabra sagrada” porque es fruto de la experiencia y el saber acumulado en el proceso de construcción de lo humano. Lo descendido en realidad es “arrastrado”.
        En otras palabras, ese saber transmitido en el libro nos dice que Occidente sufrirá un deterioro si no es capaz de revertir su actitud frente a las corrientes migratorias y frente al fenómeno de los refugiados. Porque la humanidad se juega en la capacidad de identificar al otro como un par complementario sin el cual no podría definirse la identidad (no habría “yo” sin el “otro”), de ver al otro (el de otro país, otra confesión religiosa, otra lengua, etc.) como parte de una misma comunidad, la común unidad de lo humano. Y el efecto que puede tener el no reconocer al otro como una parte esencial del yo es la desintegración de un aspecto fundamental de lo humano cuyas consecuencias no podemos prever. Ya ha pasado muchas veces, demasiadas veces, y el resultado es la destrucción, el sufrimiento y el dolor.
        Al no tender la mano al necesitado, al mirar al extranjero con hostilidad, la humanidad se daña a sí misma, lastima aquello que la define. La “humanidad”, planteada en estos términos, es una construcción cultural. Es el largo y arduo proceso de domesticación de lo salvaje por medio de la cultura (entendida en un sentido amplio). Así hago yo esta lectura del pasaje bíblico, como una alegoría que requiere interpretación y cuyo mensaje, por haber accedido a él desde un sentido crítico, se me presenta como un descubrimiento y no como una imposición. Así funcionan todos estos relatos antiquísimos, porque la historia de Lot está en el Corán, en las tradiciones orales de Mesopotamia y un equivalente, con toda seguridad, en la literatura oriental. Dicho de otra forma, no se me presenta como una cuestión moral (“está mal” tratar de forma hostil al extranjero), sino como una pieza de sabiduría que tiene mucho de racional. Llego a esa conclusión por una vía distinta a la del dogma. Eso me permite el ejercicio de la LECTURA como un proceso activo (y creativo).
        Esta  construcción de lo humano como un valor digamos supra-zoológico no es indestructible. De hecho, es más bien endeble o frágil, y requiere atención y cuidado para ser conservada y ampliada. No se conserva por su cuenta el repertorio de actitudes que definen al hombre como humano, no basta con la pasividad y la sujeción a un sistema legal-cultural. Hace falta la participación del individuo criterioso. Debe ser activo en su mantenimiento. De alguna manera, yo plantearía el asunto desde una perspectiva egoísta. No es “caridad” lo que tenemos que hacer con el necesitado o el forastero o el extranjero. Es sostener aquello que nos hace humanos, que nos hace humanos realmente. Ayudo al necesitado y soy hospitalario con el foráneo porque si no lo hago me estoy haciendo daño a mí mismo, estoy degradando aquello que condiciona mi humanidad, sin la cual no puedo acceder al reino de lo humano, de su sensibilidad, de su grandeza dentro del universo de lo vivo. Así leo ese pasaje bíblico.
        Y así leo también ese famoso verso de Rimbaud, “Yo es otro” (“Je est un autre”). Elijo leer ese verso según estas claves que hemos comentado, voy al encuentro de este verso, ahora, desde este ángulo. Es bueno recordar, en este sentido, que Persona viene de la “máscara” que se ponían los actores para hablar (per sonare), que “persona” es algo superpuesto al hombre. En otras palabras, la clasificación zoológica del hombre no es suficiente para convertirnos en personas. Ser personas requiere de una actitud. El riesgo de la insolidaridad es el riesgo de dejar de ser personas. Sin esa máscara, sin ese otro integrado, la humanidad no puede existir.

jueves, 2 de marzo de 2017

INMIGRACIÓN Y LECTURA

Mañana viajo a Tánger con Baptiste Laurent a presentar «Bajo el mismo mar» y tengo que hablar sobre inmigración. Este es el texto, más o menos, que tengo pensado leer allí:

 

Bajo el mismo mar es un libro de ficción. Una alegoría o una metáfora, si quieren, pero una historia de ficción al fin y al cabo. Es una crónica que utiliza los mecanismos en negativo de la crónica: en vez de construirse para esclarecer un asunto, opera en sentido inverso, su función es la de ocultar. Aquello que se cuenta en BMM es lo que permanece escondido debajo de la narración. Es lo sugerido, lo subterráneo, lo sumergido.
                        En este sentido, poco más podría o debería añadir sobre el texto, ya que para que funcione como artefacto literario necesita de la interpretación o activación por parte del lector. Los protagonistas de esta historia, en definitiva, nunca aparecen en primer plano, nunca se muestran abiertamente. Es como en la vida misma, están silenciados, apartados, son invisibles.
                        Pero estamos aquí para hablar sobre la inmigración y el libro en sí mismo es una excusa, así que voy a desarrollar una idea que presenta uno de los personajes de la historia y voy a transparentar un ejercicio de lectura. En definitiva, la mirada que tenemos sobre el mundo, la forma de proyectar un sentido ético sobre los acontecimientos, tiene que ver con la manera en que leemos el mundo, en que interpretamos los acontecimientos. El sistema de lectura de cada uno de nosotros acabará por definir nuestra posición frente a esos acontecimientos, nuestras opiniones, nuestras “valoraciones”. Leer es poner en relación, interpretar, dar sentido y valor a las acciones, los hechos, los gestos, los fenómenos que conforman la “realidad” dentro y fuera del texto. No hay una realidad fuera de la percepción de la realidad -esta es una máxima filosófica- , y esta percepción es en sí misma un acto de lectura, ya sea individual o colectiva.
                        El pasaje al que me refería es un diálogo donde se menciona la destrucción de Sodoma en el Libro del Génesis.           Allí se cuenta la historia de Lot (y su mujer, Edith, y sus hijas) y los ángeles que visitaron Sodoma antes de su destrucción para salvarlo por ser considerado un hombre justo.
                        La lectura canónica de este episodio bíblico, impuesta desde el siglo XII, es la del castigo por la homosexualidad de sus habitantes, los sodomitas, por sus relaciones homogenitales. Pero esta interpretación pasa por alto el significado de esta práctica, que más que sexual es de sometimiento: se hacía con los enemigos apresados o vencidos, como forma de humillación al ser “tratados como mujeres”. La obsesión con lo genital que ha marcado muchas lecturas canónicas ha llevado a esta confusión. Bien mirado, el componente sexual ocupa un carácter puramente anecdótico en la historia.
                        En la propia Biblia se explicita el motivo de la destrucción de Sodoma. Está en Ezequiel (16:49-50): «He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no tendió la mano al afligido y al mendigo. Y se llenaron de soberbia y abominaron de mi Ley.»
                        Lot era extranjero en Sodoma, al igual que los ángeles disfrazados que llegaron a la ciudad. Lot arriesga todo lo que tiene (sus propiedades, su integración en la comunidad, su familia) para proteger a estos dos forasteros frente a la turba de Sodoma que quiere someterlos.
                        El pecado, digamos, sería faltar a la Ley de la hospitalidad, una imposición que en aquella época tenía un valor de supervivencia esencial y que era una regla compartida por las culturas semíticas y arábicas, y que en un sentido amplio sigue vigente hoy en día. Se nos dice que Lot era un hombre justo. La historia del Levita encarna el mismo tema.
                        Es muy significativo el pasaje titulado «Egipto, más culpable que Sodoma», del Libro de la Sabiduría (19), donde leemos: “Mas sobre los pecadores cayeron los castigos, precedidos, como aviso, de la violencia de los rayos. Con toda justicia sufrían por sus propias maldades, por haber extremado su odio contra el extranjero… Otros no recibieron a unos desconocidos a su llegada… otros redujeron a esclavitud a huéspedes bienhechores… Además habrá una visita para ellos porque recibieron hostilmente a los extranjeros... otros, después de acoger con fiestas a los que ya participaban en los mismos derechos que ellos, los aplastaron con terribles trabajos… Por eso, también fueron éstos heridos de ceguera, como aquéllos a las puertas del justo, cuando, envueltos en inmensas tinieblas, buscaba cada uno el acceso a su puerta”.

                        Permítanme hacer una digresión léxica en este punto, señalar un aspecto etimológico con respecto al término “hospitalidad”. Originalmente, la voz latina hostis se refería al extranjero, luego por extensión se utilizó como sinónimo de enemigo. De aquella raíz derivan términos como hospitalidad (la actitud de acogida debida al extranjero), hospital, hostal, hostería, etc. y su reverso negativo, hostilidad, hostil. El filósofo y poeta franco-argelino Jacques Derrida ha reflexionado de forma muy lúcida sobre esta tensión dialéctica, y señaló la naturaleza psicopolítica de esta tensión. El extranjero (el huésped) introduce un elemento inquietante en quien acoge (el anfitrión) porque su mirada extraña (de extrañeza, de cuestionamiento) a lo que es “propio” introduce una cierta cantidad de inseguridad (en el sentido de “poner en duda” la propia identidad).
                        Como fuere, no voy a extenderme en ello, esta voz ha impregnado las lenguas romances pero también las lenguas sajonas.     Así las cosas, encontramos en la arcada principal de la librería Shakespeare & Company, en París -un icono de la cultura cosmopolita, internacional y de diálogo entre culturas-, escrito en grandes letras de molde, a modo de máxima, un verso del poeta irlandés William Butler Yeats que dice: «Be not inhospitable to strangers, lest they be angels in disguise» (“No seáis inhospitalarios con los extranjeros, podría tratarse de ángeles disfrazados”). La referencia al libro del Génesis y la historia de Lot es evidente.

                        Interpreto la destrucción o devastación de Sodoma como una degradación que sufren sus habitantes al dispensar un tratamiento hostil a los visitantes, al igual que me parece que Occidente sufrirá un deterioro si no es capaz de revertir su actitud frente a las corrientes migratorias y frente al fenómeno de los refugiados. Porque la humanidad se juega en la capacidad de identificar al otro como un par complementario sin el cual no podría definir mi identidad (no habría “yo” sin el “otro”), de ver al otro (el de otro país, otra confesión religiosa, otra lengua, etc.) como parte de una misma comunidad, la común unidad de lo humano. Y el efecto que puede tener el no reconocer al otro como una parte esencial del yo es la desintegración de un aspecto fundamental de lo humano cuyas consecuencias no podemos prever. Ya ha pasado muchas veces, demasiadas veces, y el resultado es la destrucción, el sufrimiento y el dolor. Al no tender la mano al necesitado, al mirar al extranjero con hostilidad, nos estamos haciendo daño a nosotros mismos, a aquello en nosotros que nos define y nos construye como humanos. La “humanidad”, planteada en estos términos, es una construcción cultural. Es el largo y arduo proceso de domesticación de lo salvaje por medio de la cultura (entendida en un sentido amplio). Así hago yo esta lectura del pasaje bíblico, como una alegoría que requiere interpretación y cuyo mensaje, por haber accedido a él desde un sentido crítico, se me presenta como un descubrimiento y no como una imposición. Así funcionan todos estos relatos antiquísimos, porque la historia de Lot está en el Corán, en las tradiciones orales de Mesopotamia y un equivalente, con toda seguridad, en la literatura oriental. Dicho de otra forma, no se me presenta como una cuestión moral (“está mal” tratar de forma hostil al extranjero), sino como una pieza de sabiduría que tiene mucho de racional. Llego a esa conclusión por una vía distinta a la del dogma. Eso me permite el ejercicio de la LECTURA como un proceso activo (y creativo).
                        Esta  construcción de lo humano como un valor digamos supra-zoológico no es indestructible. De hecho, es más bien endeble o frágil, y debemos estar siempre atentos a aportar elementos para su conservación y ampliación. No se conserva por su cuenta el repertorio de actitudes que nos definen como humanos, no basta con la pasividad y la sujeción a un sistema legal-cultural. Hace falta la participación del individuo criterioso. Debemos ser activos en su mantenimiento. De alguna manera, yo plantearía el asunto desde una perspectiva egoísta. No es “caridad” lo que tenemos que hacer con el necesitado o el forastero o el extranjero. Es sostener aquello que nos hace humanos, que nos hace humanos realmente. Ayudo al necesitado y soy hospitalario con el foráneo porque si no lo hago me estoy haciendo daño a mí mismo, estoy degradando aquello que condiciona mi humanidad, sin la cual no puedo acceder al reino de lo humano, de su sensibilidad, de su grandeza dentro del universo de lo vivo. Así leo ese pasaje bíblico.
                        Y así leo también ese famoso verso de Rimbaud, “Yo es otro” (“Je est un autre”). Elijo leer ese verso según estas claves que hemos comentado. Es bueno recordar, en este sentido, que Persona viene de la “máscara” que se ponían los actores para hablar (per sonare), que “persona” es algo superpuesto al hombre. En otras palabras, la clasificación zoológica del hombre no es suficiente para convertirnos en personas. Ser personas requiere de una actitud. El riesgo de la insolidaridad es el riesgo de dejar de ser personas. Sin esa máscara, sin ese otro integrado, la humanidad no puede existir.