Las tertulias radiofónicas y televisivas son una muestra de
qué se entiende popularmente por opinión informada. Y lo que se muestra suele causar(me)
una profunda tristeza espiritual e intelectual. La última perla entresacada de
la radio, en boca de un actor: “Me parece una buena noticia que Luis García
Montero, que es un poeta, esté en la política de la Comunidad de Madrid. Eso
nos acerca al ideal de la República de Platón”. Es impresionante las cotas de
ignorancia y estupidez a las que puede llegar un adulto supuestamente
ilustrado. ¡En la República de Platón están proscritos los poetas! ¡Tolai!
El próximo domingo se vota a representantes para las Comunidades
Autónomas y los Ayuntamientos de España, y en Madrid, al poeta Luis García Montero
(por Izquierda Unida) se enfrenta el filósofo Ángel Gabilondo (por el Partido Socialista).
Hay otros candidatos que se presentan a disputar el cargo de Presidente de la
Comunidad, pero estos dos representan una tensión modélica en el pensamiento de
Platón. No he visto por ahí ningún análisis que vaya por estos derroteros, una
línea productiva para pensar la política contemporánea española, revolucionada
por el –supuesto- movimiento de las piezas tectónicas de su sistema de partidos
(un sistema corrompido desde la base hasta la cumbre).
He recordado, sin proponérmelo, el extraordinario juicio que hace Platón de los poetas, al excluirlos, en teoría, de su famosa República. Y he sentido a la vez dos impulsos aparentemente contradictorios: el de censurar a Platón y el de defenderlo. Haré las dos cosas, porque, según se lo considere, el poeta tiene razón contra el filósofo y el filósofo puede tener razón contra el poeta….Pero también decía que el filósofo y el político pueden tener razón contra el poeta; y la tienen cuando el poeta, olvidando los límites que le son propios, hace un uso ilegítimo de su arte. Dije ya que el poeta es un inventor de criaturas espirituales, y en este orden su libertad es infinita. Pero hay cosas que no pueden ser inventadas, y la Verdad es una de ellas, porque la Verdad es única, eterna e inmutable desde el principio. Supongamos ahora que el poeta, criatura de instintos, pretenda tratar “lo verdadero” como trata “lo bello”; supongamos que pretenda inventar la verdad: pondrá entonces una mano sacrílega sobre lo que no debe ser tocado, y hará una substitución peligrosa: escamoteará la verdad y pondrá en su sitio una opinión poética, la suya. Supongamos que a todos los poetas de la tierra (y son muchos, os los aseguro) se les dé por inventar la verdad: tendremos tantas verdades diferentes como poetas existen y nos abismaremos en una confusión de lenguas verdaderamente catastrófica. ¡Y quién sabe si el caos en que vivimos no es obra de poetas que han hecho de la verdad un peligroso juego lírico! (Exclamación, que casi setenta años después, conserva toda su vigencia y actualidad)Vemos, pues, que no sin motivo Platón, en tanto que filósofo, recelaba de los poetas. Sus recelos, en tanto que político, tenían que ser mayores.Tradicionalmente la Política es, o debe ser, una hermana menor de la Metafísica, vale decir, una aplicación del orden Celeste al orden Terrestre: la constitución del Estado también se basa en principios inconmovibles, en un exacto conocimiento del hombre y de sus destinos naturales y sobrenaturales, en la justa ponderación de cada individuo y del lugar jerárquico que le corresponde, y en un sentido riguroso de las jerarquías. Supongamos ahora que el poeta (criatura sentimental a menudo y tornadiza casi siempre) se le dé por negar el orden en que vive, y pretenda inventar uno nuevo, según las reglas de su arte: si nadie lo sigue, habrá introducido, al menos, un germen de duda en lo indudable; si lo siguen unos pocos, dejará tras de sí un fermento de disolución activa; si lo acompañan todos, la destrucción de la Ciudad es un hecho…